¿Por qué los niños se parecen más a quien juega con ellos?
“Mi hijo se parece mucho a sus abuelos.”
“Mi hija actúa igualito que su maestra.”
“¡Ya no sé ni a quién salió!”
Este tipo de frases no son raras. Pero cuando nos detenemos a observar qué hacen nuestros hijos y con quién pasan tiempo, las respuestas se vuelven evidentes. En especial si ese tiempo compartido está lleno de juego, risas y actividades sin estrés. Porque al final, no solo heredamos genes, también heredamos dinámicas, hábitos y maneras de ser.
El juego no es pérdida de tiempo
Parece obvio, pero lo olvidamos: los niños aprenden jugando. El juego no es un “descanso” de la tarea ni un “premio” por portarse bien. Es su lenguaje natural. Y es en ese lenguaje donde construyen su identidad.
Pasar tiempo con nuestros hijos fuera de las tareas, los deportes o las obligaciones diarias —es decir, en un espacio sin presiones ni reglas externas— permite que seamos nosotros quienes moldeen, desde el vínculo, muchas de sus habilidades clave:
Habilidades sociales: aprender a turnarse, respetar reglas, leer emociones.
Habilidades motoras: correr, saltar, armar, construir, dibujar.
Habilidades cognitivas: imaginar, resolver problemas, planear, crear.
Tiempo de calidad ≠ solo supervisar
Muchas veces creemos que estar cerca es suficiente. Pero no es lo mismo ver una película con el celular en la mano que construir una torre de bloques juntos. Tampoco es lo mismo ayudar con la tarea que jugar a inventar historias, cocinar un pastel o armar una tienda de campaña en el salón.
El tiempo de calidad no depende de la duración, sino de la atención y del tipo de interacción. Y es en las actividades lúdicas donde los niños bajan la guardia, nos muestran su mundo y, sin querer, adoptan formas de hablar, de reaccionar y de ser… nuestras formas.
¿Por qué se parecen a quien juega con ellos?
Los niños aprenden por imitación, sí, pero también por vínculo. Las personas con quienes se sienten seguros, relajados y libres, dejan una huella más fuerte en su personalidad que aquellas con quienes solo cumplen normas o deberes.
Por eso:
Si tu hijo pasa tiempo cocinando con la abuela y esa experiencia es divertida, probablemente desarrolle el gusto por cocinar… y también la paciencia y el tono suave con que ella explica.
Si tu hija tiene un maestro que convierte cada clase en una aventura con dinámicas, juegos y cuentos, probablemente adopte parte de su estilo, vocabulario y sentido del humor.
Si tú solo apareces para regañar, corregir o correr de un lado a otro, no te sorprenda que los rasgos más tuyos no aparezcan tanto en tu hijo.
No es brujería. Es convivencia emocional significativa.
Los estilos de crianza también se transmiten jugando
A través del juego, enseñamos sin querer:
Nuestra manera de resolver conflictos.
Nuestro nivel de tolerancia a la frustración.
Nuestra actitud ante el error.
Nuestro enfoque hacia el aprendizaje.
Un estudio publicado en Early Childhood Research Quarterly mostró que los niños que juegan regularmente con adultos sensibles, creativos y receptivos, desarrollan mejor autorregulación emocional y habilidades de resolución de problemas .
En otras palabras: los niños no solo aprenden lo que haces… aprenden cómo lo haces.
Entonces, ¿quieres que tu hijo se parezca más a ti?
No lo obligues. No lo sermonees. Juega.
Juega aunque tengas poco tiempo. Juega aunque te dé flojera al principio. Juega aunque no sepas exactamente cómo. Jugar no requiere una fórmula perfecta. A veces basta con:
Inventar historias juntos mientras lavan los trastes.
Armar un rompecabezas.
Jugar a las cartas o a un juego de mesa.
Salir a caminar y buscar figuras en las nubes.
Preparar galletas y dejar que se ensucien sin regaños.
Esos momentos se vuelven recuerdos, pero también huellas. Tu estilo de ver el mundo se transmite mejor en un ambiente de juego que en uno de exigencia.
Conclusión
No subestimes el poder de pasar tiempo con tu hijo haciendo cosas que no están en el plan de estudios. No hace falta irse de vacaciones ni hacer cosas elaboradas. Solo hace falta estar presente y dispuesto.
Porque al final, nuestros hijos no se parecen a quienes los mandan… se parecen a quienes los acompañan.